Emociones fuertes

lunes, 7 de enero de 2008

Una fuerte emoción aturde, desorganiza el curso del pensamiento y se presenta como un certero disparo en el centro de la diana de la atención.

Si la emoción es de angustia, la necesidad urgente de escaparse es más importante que ocuparse de estudiar a qué apunta, qué se teme y desarrollar un curso operativo de acción. La razón es sencilla: el trabajo de sobreponerse exigiría aguantar un rato la angustia hasta hacerla desaparecer razonablemente, por consiguiente optamos por una solución peor pero más rápida.

Podría pensarse que esas prisas en cuidarse están universalmente mal consideradas, de forma que ese fallo todo el mundo lo supiera y nos mirara con extrañeza delatora cada vez que nos vieran equivocar.Nada más lejos de la verdad: la tendencia de nuestra cultura, hoy por hoy, es predicar la prisa. La prisa es vista como una buena cosa, efectiva, quirúrgica, práctica, productiva, capaz y toda suerte de epítetos que connotan positividad. Así que nuestra propia sociedad es la que más nos tienta a preferir salidas por peteneras.

En estas circunstancias es cuanto otra emoción pueda presentarse para arroparnos y ser refugio cegador de una primera supuestamente peor. Es muy delicado en este sentido separar cuando hacemos algo por placero por huir. ¿Cuantos cigarrillos de un fumador son fumados realmentecon gusto, cuantas películas y programas de televisión vemos porque nos interesan realmente, cuantas monedas que hecha a la máquina el ludópata le dan realmente premio?, ¿cuantas compras realizamos en un gran almacén que no nos dan más culpa que el placer de adquirir lo necesario al menor coste?.

Las pasiones compulsivas de un jugador, de un aficionado al riesgo sistemático o sencillamente el que complica un problema creando un nuevo problema, se pueden detectar por la función de que tienen las conductas compulsivas de estar ocupadas sin tiempo ni energías por otra cosa, con la misma fuerza que se enfrentaría a lo que se huye, pero volcada en otra dirección.

Imaginemos la imagen de un trabajador que tuviera que hacer una tarea difícil y urgente en una mañana y se dedicara a pulir sus herramientas preferidas, de forma que su pasión por tener todo arreglado le distrajera tanto que se diera cuenta de que la mañana había pasado y ya era tarde para realizar el trabajo que tenía que hacer.

Vemos que una característica principal de la emoción desviadora es dejar el problema original intacto y pendiente, exigiendo de una forma si cabe más imperativa que vayamos a salvarnos con lo que nos condena.

2008

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